viernes, 10 de junio de 2016

EL CUENTO SIN FINAL...


Por: Andrea García.
A: J.B.

     Había una vez un pueblo quieto y desolado en donde la luna no podía salir. Los habitantes del pueblo, de la luna sólo tenía el recuerdo, y los niños solamente podían imaginarla por los relatos de los viejos que se sentaban alrededor del fuego a contar historias de la luna llena.



     “¿Qué pasó en nuestro pueblo -preguntaban los niños a sus abuelos- que ya no sale la luna?”... “Hace muchos años –respondían los abuelos-, vino un extranjero cargando una piedra, una piedra muy grande, y nos dijo que si alguien la sostenía en su lugar, al instante Dios la transformaría en pan y todo el pueblo podría comer mucho pan y vino multiplicado con creces”. Ciertamente el pueblo era muy pobre y padecía mucha hambre y sed, pero también es cierto que era muy rico en cultura. Ya antes habían venido extranjeros trayendo historias de otras partes del mundo, no sólo del país, sino de todo el continente, así como de otros continentes, esos extranjeros han surcado ríos y mares, cielos y montañas, desiertos y bosques, selvas y cualquier obstáculo. “Con decirles que un día llegó un extranjero diciéndonos que había cruzado el río en una tortuga”. “Hay si ya no abuelo”, replicaron los niños sonriendo, porque los niños son pequeños gigantes que lo saben todo, pero aún tienen mucho por aprender, porque tienen muchos deseos de saberlo todo. “Hay si ya no ¿verdad niños?... justamente eso fue lo que le dijo el pueblo a ese forastero, aquella ocasión nos sirvió para aprender desenmascarar charlatanes, por eso cuando el extranjero de la piedra llegó, nadie le creyó que si cargábamos su piedra Dios ésta se convertiría en pan”, y es que la gente del pueblo conocía muy bien el mito de Atlas, ya que un extranjero al que apodaban “El Greco” había pintado a Atlas cargando el mundo, y nos contó la historia. Pero la gente de este pueblo era muy buena, así que le propusieron al extranjero de la piedra ayudarle a condición de que él no les mintiera, ellos quisieron dialogar con él y juntos liberarlo del gran peso que cargaba sobre su cuerpo, y que le hacía tan pesado andar… pero este extranjero de la piedra cuando escuchó las historias del día a día que contaba el pueblo, esas historias de buena gente, no creyó cuando le dijeron que la vida es como un pájaro, que vuela ligero y libre por el cielo abierto, de noche y de día. “Volar es imposible”, replicó el extranjero de la piedra. “Ciertamente lo es”, dijeron los ancianos, “pero es precisamente por ser imposible, que se puede hacer posible de forma poética”. La gente buena le preguntó que sí creía en la poesía, él dijo que sí, la gente creyó en su palabra, más pronto descubrirían que sus palabras eran falsas, que no eran más que un velo que ocultaba algo, un misterio que llevaría al pueblo entero al más extremo de los sufrimientos.



     Pasaron los días, y el pueblo intentaba dialogar con el extranjero de la piedra, pero él sólo decía mentiras, este pueblo no era tonto, pues leía mucho y entre ellos dialogaban todo lo que leían para aculturarse los unos a los otros, además de que siempre eran bien recibidos los extranjeros que enriquecían la cultura del pueblo, por lo que el pueblo siempre estaba dispuesto a endoculturarse. Su educación consistía en el diálogo y la lectura, aprendían para la vida, y todos (niños y grandes) leían y recitaban poesías, y contaban historias que se mantenían en la oralidad del pueblo y en la escritura que plasmaban en papel reciclado.



     Pasaban los días, y el pueblo intentaba ayudar al extranjero de la piedra, pero éste sólo decía mentiras y mentiras hasta que el pueblo dijo: “ya que este, como todos, está de paso, como tiene pegada a las manos su piedra, no puede amar y acariciar al otro, no está abierto al otro porque lleva en sí un gran peso que cargar, por eso cree que no es posible volar, así que hagamos una cosa: cortémosle la piedra”. Todo el pueblo estuvo de acuerdo en que era lo mejor, ya que por lo visto no podía soltar la piedra y el gran peso que se cargaba. Así que el pueblo lo citó en el valle al amanecer. El extranjero de la piedra que llegó antes del tiempo acordado, al parecer tenía mucha prisa por concluir con lo que quería, se sentó a esperar anhelando quién sabe qué cosas, pero cuando vio que el pueblo se acercaba con tijeras, cuchillos y machetes, el extranjero de la piedra se asustó tanto, que la angustia le hizo gritar como una loca. La gente del pueblo no entendía qué le pasaba y por más que le decían que cortarle la piedra era lo mejor para él y para los demás, que fuera valiente y enfrentara su angustia y dolor existencial, él se acobardó y ocultó su piedra tras un enorme velo, y con eso calmó su angustia. Pero el velo era demasiado transparente y no pudo engañar al pueblo sabio. Más a pesar de ser tan sabio, el pueblo en esta ocasión no sabía qué hacer, sabían que no podían obligarlo, así que intentaron dialogar con él, pero el extranjero de la piedra no estaba abierto al dialogo, así que enfureció y comenzó a arrancar de su piedra algunos cachitos que se convertían en pequeñas pero duras piedras, y las lanzó a la gente buena del pueblo, descalabrando e hiriendo a muchos.



     La gente comenzó a irse a sus casas, creyendo que el extranjero se iría del pueblo tras semejante acto de violencia y pulsión de muerte en su contra. El extranjero que no estaba acostumbrado a los esfuerzos, se cansó pronto de arrojar piedras, y se quedó dormido soñando que su mamá le daba de beber su biberón, hasta que sació su sed en la contemplación de un vaso vacío, ¿será que no le satisfizo el amor del pueblo sino el acto sanguinario de arrojarle piedras y dañar a la gente buena?... Sin duda alguna era un delirante. No conocía la poesía. La deliraba, y esto no era poesía de verdad. El pueblo se marchó sabiendo que el extranjero de la piedra no era ningún amoroso como la gente creyó cuando llegó. Pero poco a poco lo fueron conociendo en su verdad.



     Al día siguiente, el pueblo se despertó temprano a trabajar, más no pudieron llegar a sus destinos, puesto que el extranjero había llenado con su furia los caminos con piedras que obstaculizaban el paso, lo hizo hasta cansarse, hasta quedarse profundamente dormido. El pobre pueblo tuvo que organizarse para volver a abrir los caminos. Y en eso estaban cuando se dieron cuenta de que el extranjero no se había ido. Una señora buena se ofreció en llevarle pan y un café, pero el extranjero se enfureció porque decía que la cafeína era pulsión de muerte, ¿era pulsión de muerte el que una buena mujer te ofrezca una taza de café caliente para dialogar con el pueblo alguna alternativa de solución a su conflicto existencial?... Más el extranjero maldijo a la mujer y a todo el pueblo, y comenzó a aventar más y más piedras hiriendo a más gente, incluida la buena señora que le llevó el desayuno. “¡Yo no quiero un vaso vacío, yo todo lo que quiero es un vaso vacío!”. El pueblo no entendía del todo lo que el extranjero de la piedra decía, y por el pueblo comenzó a correr el rumor de que la piedra estaba hechizada, ya que le hacía delirar profundamente, y le hacía hacer cosas malas. Así que el pueblo intentó dialogar con él nuevamente, pero fue inútil, el sólo negaba tener una piedra, y renegaba de las tijeras, los cuchillos y los machetes. Y entre el pueblo más buscaba una solución, él más furioso se ponía y más piedras arroja hiriendo a más y más gente buena. Y así anduvo hasta que un día, la gente comenzó a sentirse indignada con lo que este extranjero de la piedra hacía, y empezaron a pedir justicia por la gente lastimada sin piedad, y algunos sin remedio, ya que sufrieron daño cerebral debido a la caída por el golpe de la roca en el corazón.


     “¡Yo quiero ser feliz como ustedes, yo no quiero ser feliz como ustedes!”, gritaba furioso el extranjero, que encontró un camino hacia otras tierras, pero volteaba a ver el hermoso y sabio pueblo, rico en cultura, y quería quedarse a vivir ahí, pero también quería marcharse, pues vio en otras tierras la maldad, y un pueblo lleno de piedras que arrojar, y vasos vacíos que contemplar. Pero el pueblo le gritaba que sino soltaba su piedra, mejor se fuera a otras tierras, así que el extranjero que quería y no quería, miró la felicidad del pueblo y sintió envidia y odio al mismo tiempo, así que quiso vengarse del pueblo, cuyo delito fue ser feliz, bello y amoroso, pero el extranjero era perverso, así que se sentó a odiar y lanzar más piedras colocando su piedra entre las dos tierras: la del pueblo bueno y la del pueblo malo.



     El pueblo decidió no dialogar más con el extranjero, y cuando no lo vieron por el camino se sintieron felices de pensar que se había marchado. Lo extraño vino a la noche, cuando la luna debió salir, ya que el pueblo se sentaba en las noches alrededor del fuego a contar historias a la luz de la luna, los niños solían mirarla con imaginación, los ancianos pregonaban su sabiduría, y los amantes se besaban los labios y hacían el amor como Dios sugiere. Pero aquella noche la luna no salió. La gente se metió triste y extrañada a sus casas, pero pensaron que mañana todo volvería a la normalidad.

     Amaneció, y el pueblo como siempre se levantó temprano a trabajar y vivir intensamente su vida. Transcurrió el día sin mayores reparos. Pero una vez más llegó la noche, y para sorpresa de todos, la luna no volvió a salir. Y así pasaron varios días, hasta que una noche, el extranjero de la piedra los miró desde el punto exacto entre dos tierras donde se encontraba, y burlándose del pueblo, les grito: “La luna no volverá a salir sin mí”. La gente vio que la gran piedra tapaba a la luna, y sintieron rabia por tanta injusticia. Así que, indignados comenzaron a gritar: “¡tu piedra oculta a la luna!”, “¡suelta esa piedra!”, “¡quítate del camino que no dejas aire que respirar!”, “¡si te es fácil aventar piedras porque no avientas la que cargas!”. El pueblo sabio le gritaba la solución, pero él era un necio que renegaba del pueblo. “No soy de aquí ni soy de allá, soy de aquí y soy de allá”, la gente comenzó a darse cuenta de que estar entre dos tierras cargando una enorme piedra, era la razón de su maldad y el misterio del sufrimiento, así que decidieron ponerle una solución final a esto y cortarle la piedra, pero el extranjero no estaba dispuesto a ello, amaba su piedra con la intensidad con la que se quejaba de ella. Pero el pueblo le gritaba que eso no era amor, que podía aprender con ellos a amar. Pero a medida que pasaba el tiempo, el extranjero seguía en su necedad y renegación arrojando piedras y piedras e hiriendo a más gente. Y con una mano sostenía la enorme piedra y con otra aventaba piedras al pueblo con la intensión de herirlos y descargar su odio y furia por el sólo hecho de ser un hermoso pueblo.


     Él pueblo sabio organizó una asamblea y se sentó a dialogar qué harían con el extranjero, pues ya no podían dejarlo partir, ahora debía enfrentar un juicio por los daños causado y los delitos cometidos. Pero no podían moverlo de ese lugar. Así que el pueblo decidió cortarle la piedra antes de que él cortara las alas del pueblo y les impidiera volar. La gente le dijo que aquí no es así como es él: perverso. Que en ese pueblo se vuela porque se ama, muy alto y muy profundo. Pero el extranjero los trató como ignorantes porque les dijo que eso no era posible, que era imposible y que por mentirosos pagarían muy caro. Así que en su total perversión, colocó su piedra sobre el camino de la luna tapándola y privando al pueblo de su belleza nocturna. Como lo vieron decidido a no moverse de allí, el pueblo le gritó que quitara su piedra, pero él decía que no había ninguna piedra, y entre más decía esto, y entre más le gritaba el pueblo que sí, él más intentaba ocultar su piedra con un velo transparente. “Y desde entonces el pueblo está en pie de lucha, buscando córtale la piedra al extranjero y deseando que ojalá la luna pueda salir sin él”, contaban los abuelos a los niños, que mientras escuchaban, dibujaban una luna buscando el arte de traerla a la presencia.


     Pero aquí no acaba el cuento, “¡el cuento no terminó!”. Dijo una mujer gitana que venia del extranjero trayendo guitarras, cantos y panderos. Él pueblo la miró con esperanza. La gitana les dijo que ella podía conjurar a la luna con poemas y canciones de amor, que ella creía en el pueblo, y que sí sumaban sus voces a la de ella rompiendo el silencio, entre más fuerte cantaran, más fuerza obtendrían del cosmos, y entre todos se liberarían quitando la piedra del camino y desocultando a la luna, que volvería a posarse en el firmamento nocturno de los cielos brillando llena y pletórica en belleza. ¡La gente deseo cantar y bailar! ¡Contar historias y recitar poemas! Y este es el tiempo presente, ¿qué historia escribirá el pueblo junto con la gitana extranjera que venía de Argentina pero que deseaba quedarse en este bello pueblo de México?...

     La gitana miró al pueblo y le dijo: “te invitó a escribir la historia y ponerle un final feliz al cuento, un final sin final para el final. ¿Aceptas inventarte al fin?”...


Esta historia continuará…










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