domingo, 28 de febrero de 2016

¿TU DESEO ES ESCRIBIR?...

     Si tú como yo, deseas escribir una historia que no cese de no escribirse, aquí te comparto dos opciones de formación en la escritura:

Taller de escritura narrativa:
http://www.escrituranarrativa.org/plan-de-estudios.html

Recursos para escritores:
http://www.escritores.org/index.php

Diplomado en creación literaria:
http://www.literatura.bellasartes.gob.mx/index.php?option=com_content&id=105&Itemid=83


     Ojalá les sea de mucha ayuda. Si saben de más, por favor compartan conmigo.


martes, 23 de febrero de 2016

SUEÑO CON SERPIENTES. (Silvio Rodríguez).

"Hay hombres que luchan un día 
Y son buenos. 
Hay otros que luchan un año 
Y son mejores. 
Hay quienes luchan muchos años 
Y son muy buenos. 
Pero hay los que luchan toda la vida: 
Esos son los imprescindibles". 
(Bertolt Brecht)

Sueño con serpientes, con serpientes de mar, 
Con cierto mar, ay, de serpientes sueño yo. 
Largas, transparentes, y en sus barrigas llevan 
Lo que puedan arrebatarle al amor. 

Oh, la mato y aparece una mayor. 
Oh, con mucho más infierno en digestión. 

No quepo en su boca, me trata de tragar 
Pero se atora con un trébol de mi sien. 
Creo que está loca; le doy de masticar 
Una paloma y la enveneno de mi bien. 

Ésta al fin me engulle, y mientras por su esófago 
Paseo, voy pensando en qué vendrá. 
Pero se destruye cuando llego a su estómago 
Y planteo con un verso una verdad.

Oh, la mato y aparece una mayor. 
Oh, con mucho más infierno en digestión.





Pintura: Laocoonte.
Autor: El Greco.

domingo, 21 de febrero de 2016

AUSCHWITZ. LA SOLUCIÓN FINAL.

Aquí el enlace a un documental de la BBC sobre la Shoah:



EDUCAR CONTRA AUSCHWITZ: HISTORIA Y MEMORIA. (Jean-Francois Forges).

     Un tema tan doloroso, tan irrepresentable, el colmo del horror, de la inhumanidad. Es importante hacer consciencia para que Auschwitz no se repita. A continuación comparto citas del libro de Jean Francois Forges: "Educar contra Auschwitz: historia y memoria".

     “No por ello deja de haber en la empresa asesina de Hitler algo que es irreductible. Este irreductible no debe servir para relativizar los crímenes, sino para trazar el límite he ahí, hasta dónde puede llegar el hombre, el hombre nazi que actuaba en nombre de sus propios valores”.

     “Ir hasta ese lugar del que nadie regresa”.


     “Los cuerpos trastornados de angustia”.


     “Los estalinianos o los hitlerianos han sido ante todo fabricantes de una cantidad inconciliable de sufrimiento humano, por encima de las peores pesadillas en los siglos de los siglos”.

     “El proyecto de enseñar la realidad de los campos y de la Shoah es indispensable para mantener la memoria, única pero débil oportunidad que tenemos de protegernos contra el regreso del horror”.

     “Es necesario también integrar en la consciencia el acontecimiento histórico, en un nivel que podríamos llamar, a falta de una denominación, la inteligencia del corazón. Es un trabajo terriblemente desafiante. No es sino en la ardiente convicción del deber de memoria como puede uno lanzarse a semejante prueba y pensar que es necesario el imponérselas a otros, sean adultos o, con más prudencia todavía, niños”.

     “Es necesario la imaginación del sufrimiento de los otros. Éste sólo es posible con tiempo, con gravedad, con recogimiento. Una emoción dominada puede permitir tocar la conciencia profunda de la gente y abrir a una comprensión capaz de producir compasión”.

     “La Shoah sí tuvo lugar, está probada por la ausencia de judíos que vivían en Europa. Se ven deshabitados los barrios judíos, las casas, la sinagogas, los cementerios, etc.”

     “En los años treinta, el antisemitismo se vanalizó. Los más grandes escritores pudieron entregarse a los peores desenfrenos de odio, los diarios pudieron publicar los peores insultos, las peores infamias, sin provocar protestas importantes. No se pude encontrar una situación semejante contra ningún otro grupo humano como contra los judíos considerados colectivamente”.
 


     “No hay ninguna necesidad de pruebas para demostrar que el mundo yiddish en Europa del Este desapareció basta con abrir los ojos”.

    “¿Cómo puede uno realmente, cultivar su jardín en la tierra de Auschwitz?”.

     “Hace falta conocimientos históricos, pero también una cultura y un pensamiento humanista”.

     “cuentan el sufrimiento de los niños, los llantos, la angustia, el desorden, la soledad y el amontonamiento”.

     “Auschwitz ha sido posible. Por tanto, Auschwitz es todavía posible. El deber de memoria intenta rechazar lo más lejos posible esta posibilidad”.

     “Destruir a los hombres es destrozar los sentimientos humanos más elementales. Los hombres han sido separados de su familia, a la llegada a Lager. `Así desaparecieron en un instante, a traición, nuestras mujeres, nuestros padres, nuestros hijos. Casi nadie tuvo tiempo de decirles adiós. Los percibimos un momento todavía, semejantes a una masa obscura al otro lado del andén, luego ya no vimos nada´. Al principio, los hombres no dejan de inquietarse por sus mujeres y sus hijos. En particular el ingeniero Aldo Levi de Milán. Había logrado obtener agua tibia, extraída de la reserva de la locomotora por un mecánico alemán. Había hecho así tomar un baño a su hijita, Emilia `una niña curiosa, ambiciosa, alegre, inteligente´. Emilia desapareció en la noche de Auschwitz. `Así murió la pequeña Emilia, de tres años de edad, tan evidente era a los ojos de los alemanes la necesidad histórica de matar a los hijos de los judíos´. Algunas semanas después, gracias al ingenio de un camarada que puedo obtener un suplemento de sopa, los prisioneros están en mejores disposiciones y son entonces `capaces de pensar en (sus) madres y en (sus)  mujeres, lo que de ordinario nunca (les) ocurre´. Es una simple constatación: el extremo sufrimiento físico recubre el extremo sufrimiento moral: `pues la naturaleza humana está hecha de tal modo que las penas y los sufrimientos experimentados simultáneamente no se adicionan totalmente en nuestra sensibilidad, sino que se disimulan los unos detrás de los otros en orden decreciente según las leyes conocidas de la perspectiva. Mecanismo providencial que hace posible nuestra vida en el campo´. Emilia ya ha dejado la memoria de los vivos”.



     “La escritura es el único medio para escapar al infierno, o para retrasar su dominio: he ahí […] el dolor de acordarse, el sufrimiento desgarrador de sentirse hombre, que me muerde como un perro en el instante en el que mi conciencia emerge de la obscuridad. Entonces tomo mi lápiz y mi cuaderno, y escribo lo que no podría decirle a nadie´”.

     “El Lager destruye las bases mismas de la sociedad humana que quiere, como dice Antelme, que `cuando un hombre está en peligro, todos los demás deben tratar de salvarlo´. Sin embargo, he aquí unos hombres a quienes nosotros no les hemos hecho ningún mal y que desean sin embargo nuestra propia muerte. `Cada vez que estamos frente a un SS […] sabemos que él desea nuestra muerte´”.

     “El Lager y los torturadores de todos los tiempos y de todos los países destruyen aquello que sería un primer objetivo pedagógico: confiar en el mundo. Jean Améry y Primo Levi muestran que cuando esta confianza se pierde, no vuelve nunca y hunde a la víctima en una situación sin salida. El justo experimenta ante la falta cometida `la vergüenza que los alemanes ignoran´. Es atormentado por la idea de que esta falta `existe, [de] que ha sido introducida irrevocablemente en el universo´. En la conferencia citada más arriba, Philippe Meirieu decía que quien no tien el sentimiento de la irreversibilidad de la más pequeña humillación `no comprende nada de lo humano. […] Es lo que hace a la educación terriblemente difícil´. El primer acto pedagógico es la mirada que da confianza, la mirada que es signo de que una humanidad tiene confianza en otra humanidad. Es la mirada, dice todavía Meirieu `que ayuda a crecer´.

     “En un bello artículo publicado por la revista Ètudes, Giusi Baldissone, profesor de la Universidad de Turín, escribe que hay un `infierno´ de los hombres de la segunda mitad del siglo XX `que no está constituido de erótica y curiosa, sino de los horrores de los campos nazis. Asomamos a ese asunto, por medio de los escritos de un testigo, implica salir de ahí con una sensación de horror en la memoria. Y el escritor que se ha vuelto grande conduciendo hasta ahí nuestra mirada sigue estando, en cierto modo, envuelto también él en el horror… Primo Levi, se podría decir, se ha liberado encerrándonos en el horror´.


     “Para trata de cumplir con el deber de memoria, para vislumbrar el horror y saber cómo no volver jamás a él, lo mejor que podemos hacer es conducir a los alumnos, en soledad y en recogimiento, sin la esperanza tranquilizadora y fácil de ningún consuelo, a la lectura de Levi y de Lanzmann. Hay que poder hacerlo en primer lugar en la escuela”.

     “Yannis Thanassekos escribe en ese mismo tenor: `Educar contra el principio de Auschwitz sería […] descubrir, acorralar en nosotros mismos y en todas las prácticas sociales, las múltiples manifestaciones e infiltraciones […] (que desgracian) a los otros y a nosotros mismo de manera imperceptible e insidiosa. […] Nosotros vivimos siempre en contextos de vida en los cuales Auschwitz ha sido posible´”.

     “Hay que ser claros, Auschwitz el campo de concentración, representa `por excelencia´ la inhumanidad. Los campos de exterminio y la construcción de las cámaras de gas, mataderos para seres humanos como nunca se había visto en toda la historia de la humanidad, están más allá de la inhumanidad. La Shoah sigue siendo incomparable e irreductible: no se trata de eso aquí”.

     “¿Cómo hablar de lo que hicieron los nazis? ¿Podemos `historicizar´ el nacionalsocialismo? ¿Es posible, como se pregunta Jan Kershaw, `ocuparse de la época nazi de la misma manera en la que nos ocupamos de otros periodos del pasodo´? ¿Cómo hablar con `precisión y objetividad de un sistema de gobierno que ha producido el horror en su estado puro´? Y todavía más, ¿cómo hablar de ese mismo horror?”.


sábado, 20 de febrero de 2016

MÍRAME A LOS OJOS. (OV7).

Dices que oyes voces 
casi cada noche, 
crees que te voy a engañar. 

Ven, no te equivoques, siéntate, 
se un hombre, 
aclaremos dudas y en paz, 

Si los amigos 
no me ven suficiente bien para ti... 
me importa un higo, 
eres tu, solo tu, 
quien vas a decidir... 

Mírame a los ojos, 
no diré nada, 
mira mis ojos, 
no me des la espalda. 

Mírame a los ojos, 
sobran las palabras, 
mira mis ojos 
ve lo que siento. 

Mírame a los ojos, 
no diré nada, 
mira mis ojos, 
no me des la espalda, 

Mírame a los ojos, 
sobran las palabras, 
mira mis ojos, 
dime lo que ves ahí. 

Desde los zapatos 
a lo que hay debajo, 
el peinado, todo, te di. 

Sin trampa ni cuento, 
ni gato encerrado, 
tal como tenía que ocurrir. 

Hoy si tu mano 
toma fuerte la mía, es eléctrico. 
La adrenalina, nos coloca a los dos, 
creo que ésto es amor... 

Mírame a los ojos, 
no diré nada, 
mira mis ojos, 
no me des la espalda, 

Mírame a los ojos, 
sobran las palabras, 
mira mis ojos, 
ve lo que siento por ti... 

Mírame a los ojos, mira mis ojos, 
mírame a los ojos, mira mis ojos. 

Hoy si tu mano 
toma fuerte la mía es eléctrico, 
la adrenalina nos coloca a los dos, 
creo que ésto es amor. 

Mírame a los ojos, no diré nada... 
Mírame a los ojos ve lo que siento por ti. 







LECTURA SINTOMAL. Citas de un texto de Néstor Braunstein.

      Para continuar nuestra reflexión sobre la importancia del acto de leer, a continuación les comparto las tesis de Néstor Braunstein de 19 que pueden encontrar en su libro: "Psicología, ideología y ciencia". En lo personal difiero en algunos puntos, ya que la tesis sobre la no lectura de la realidad, adolece de una mayor fundamentación, ya que, a nuestro juicio, una visión pedagógica amplia de la lectura, sí nos daría la posibilidad de acceder a una lectura de la realidad. Entiendo la tesis de Braunstein con respecto a la no simplicidad de la realidad como para ser develada como si leyésemos un libro. Sin embargo, esto mismo me hace pensar que el acto de leer es una cuestión mucho más profunda y compleja que el simple acercamiento lógico a un texto, en ese sentido, una concepción amplia de la lectura y del abordaje de la realidad, nos permitiría leerla, más no al modo como bien crítica Braunstein, pero sin caer en lo que él propone: que a la realidad no hay que leerla. Nosotros pensamos que todo lo contrario: hay que leerla desde un sentido amplio. No obstante, las tesis de Braunstein nos iluminan en el camino pese a que diferimos en ciertos puntos pedagógicos y psicoanalíticos.

     Sin más, aquí les comparto las ideas de Braunstein:

     "[...] el conocimiento se adquiere mediante un trabajo de producción teórica que toma como materia prima a los datos `evidentes´ aportados por los sentidos y que tiene como objetivo llegar a comprender el sistema de determinaciones que produce a tales experiencias".

     "[...] En contradicción con las tesis epistemológicas que dominan en el mundo académico de nuestro tiempo y espacio cultural hemos sostenido que la realidad no es un libro que puede ser leído directamente para captar en él la verdades que encierra".

     "Hasta este punto quedaría establecido que a la realidad no hay que leerla".

    "¿Qué entendemos por leer? Cuando criticábamos el conocimiento sensorial decíamos que él no permitía reconocer las apariencias y que ello implicaba desconocer la estructura de lo real. Ahora podemos plantear lo mismo con respecto a la lectura. Para los censistas `saber leer´ es saber reconocer las palabras escritas, para los maestros es saber referir esas palabras a objetos o acontecimientos reales: eme - a = ma, eme - á = má, mamá y la figura sonriente de una mujer joven y rubia flotando por encima de las letras. El niño aprende a leer: `Cristobal Colón descubrió América el 12 de octubre de 1942´. El maestro toma examen. El niño responde según su lectura, el maestro reconocer el `saber´ de su alumno y lo califica: 10 puntos. El Estado supervisa la labor del maestro y lo califica: 10 puntos. Ambos están en condición de ser promovidos. El alumno sabe leer el libro. El maestros sabe leer al alumno y el Estado al maestro. Ya éramos adultos cuando leíamos estas frases sorprendentes escritas por un negro, Stokely Carmichael: `Colón no descubrió América. Colón fue tal vez el primer hombre blanco que se sepa que haya puesto el pie en América. Eso es todo. Allí había hombres antes de que llegara Colón´. La revelación era deslumbrante. ¿Cómo no habíamos pensado antes algo tan elemental? ¿No habíamos aprendido a leer bien? Los maestros y los profesores nos habían asegurado que sí. Los libros eran claros, transparentes. Enseñaban. Pero los maestros no nos habían enseñado a desconfiar de los textos, a preguntarnos por qué dicen lo que dicen, por qué callan lo que callan. Desde el `ma-mᨠdel libro de primer grado en adelante los libros tienden (por lo común) a hacernos reconocer la realidad, es decir, a desconocer sus determinaciones. El estudiante llega a la universidad adiestrado en ele movimiento de reconocer palabras, atribuirlas a una realidad que estaría reflejada como en un espejo para ellas, reproducirlas a pedido del profesor y obtener beneficios según la fidelidad de tal reproducción. Pero así como el conocimiento científico aparecía casi como un desafío a los datos de la experiencia vivida, así el aprendizaje debe comenzar por un cuestionamiento de los títulos de legitimidad de los textos en los que se estudia. Se puede leer toda la vida sin saber leer. Aprender a leer es un trabajo difícil que debe realizarse contra los hábitos de la lectura inculcados durante el periodo que se llama de `formación´".

     "Es que hay dos maneras de leer. Una es la lectura literal, lectura a la letra, preocupada por reconocer las palabras y reproducirlas, lectura para aprobar exámenes, estimulada y premiada, lectura que da las respuestas pertinentes a las preguntas prefiguradas por el texto que se lee, única lectura que interesa a los maestros y a los censistas. Conviene disipar posibles equívocos: no es que el lector literal no sea capaz de oponerse al escrito. De hecho, con frecuencia lo hace: `con ésto estoy de acuerdo, con esto no´ o `eso no me gusta´ o incluso `el autor X dice Y por qué es ...ista´. Pero en todos los casos quien lee a la letra supone que el texto que cae bajo sus ojos es el portador de un sentido y de unas determinadas intensiones del autor que se hacen trasparentes en el acto mismo de la lectura. Así, pareciera que estudiar un texto en profundidad es llegar a develar ese sentido y esas intenciones para luego aceptar e incorporar lo `bueno´y descartar o rechazar lo `malo´".

     "Y hay una segunda manera: la lectura sintomal, que no busca en el texto un conjunto de respuestas sino que tiende a producir preguntas. Para la lectura sintomal lo que está escrito es en efecto, un producto de una serie de determinantes cuyo mecanismo debe esclarecer. El problema para una lectura sintomal es el de llegar a saber cuál es la problemática en la que el texto se inscribe y a la que él pretende responder. No se preocupa por la persona del autor ni por sus supuestas intenciones, ni por reemplazar lo escrito por algún `...ismo´ que permita etiquetar y calificar o descalificar. El texto llega siempre para ocupar un lugar dentro del conjunto de textos que abordan una determinada problemática ideológica o científica. Las palabras remiten a nociones o a conceptos que guaran una relación entre sí que puede ser dilucidada. También remite a sectores eludidos (`reprimidos´) por el de un concepto ausente, a ambigüedades, a respuestas que se ofrecen frente a una pregunta que no se ha formulado o que se ha deformado, a preguntas que carecen de respuestas. Lo escrito aparece como el efecto de una escritura invisible que incluye al autor, al sistema de determinaciones conscientes e inconscientes que actuaron sobre él, al conjunto de circunstancias sociales, políticas, económicas e idelógicas que rodean al acto de escribir tanto como al de leer y al lector mismo. Esta lectura es inquietante, instranquilizadora, en un cierto sentido es una lectura `maldita´. `Sintomal´ es la expresión acuñada por Althusser para aludir así al modo en que el psicoanalista lee el discurso de su paciente, como un contenido manifiesto a partid el cual puede y debe producirse el contenido latente, inaudible, así como el concepto del proceso de transformaciones que se ha efectuado sobre las ideas latentes hasta desembocar en ese texto deformado que es el contenido manifiesto; `sintomal´ porque busca síntomas que se manifiestan en lo dicho y que aluden o permiten la filtración de lo no dicho, lo reprimido, lo latente".



     Hasta aquí las citas del libro "Psicología: ideología y ciencia", de Néstor Braunstein.

     Después de esta lectura, me han surgido preguntas: ¿la lectura literal es imaginaria (pensando el registro lacaniano)? ¿La lectura sintomal lee lo real por lo que está escrito en lo simbólico? En ese sentido leer sería descifrar lo que está cifrado en la escritura. Será interesante continuar la reflexión de la mano del lector de este blog, pensando el acto de leer en los tres registros: real, simbólico e imaginario. Por lo pronto aquí dejamos por hoy. ¿Qué preguntas tienen ustedes?...

     Si me miras a los ojos, ¿podrás leer lo que está escrito en mi alma?... ¿podrás leer lo que está cifrado en mis pupilas?...


Pintura: los ojos de Nubia.
Autora: Ana Galindo.

miércoles, 17 de febrero de 2016

EXILIO (Alejandra Pizarnik).

Esta manía de saberme ángel,
Sin edad,
Sin muerte en qué vivirme,
Sin piedad por mi nombre
Ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
Un miedo, algo horrible,
Aunque fuere con plumas,
Aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
Sólo abraza a lo que fluye
Como lava del infierno:
Una logia callada,
Fantasmas en dulce erección,
Sacerdotes de espuma,
Y sobre todo ángeles,
Ángeles bellos como cuchillos
Que se elevan en la noche
Y devastan la esperanza.





martes, 16 de febrero de 2016

LA IMPORTANCIA DEL ACTO DE LEER. (Paulo Freire).

A continuación les comparto un texto de Paulo Freire del 12 de noviembre de 1981, titulado: “La importancia del acto de leer”, se trata de un trabajo presentado en la apertura del Congreso Brasileño de Lectura, realizado en Campinas, Sao Paulo, en la fecha citada. Dicho texto lo pueden encontrar en el libro “La importancia de leer y el proceso de liberación”, del pedagogo brasileño.


LA IMPORTANCIA DEL ACTO DE LEER.
(Paulo Freire).

Rara ha sido la vez, a lo largo de tantos años de práctica pedagógica, y por lo tanto política, en que me he permitido la tarea de abrir, de inaugurar o de clausurar encuentros o congresos.

Acepté hacerlo ahora, pero de la manera menos formal posible. Acepté venir aquí para hablar un poco de la importancia del acto de leer.

Me parece indispensable, al tratar de hablar de esa importancia, decir algo del momento mismo en que me preparaba para estar aquí hoy; decir algo del proceso en que me inserté mientras iba escribiendo este texto que ahora leo, proceso que implicaba una comprensión crítica del acto de leer, que no se agota en la descodificación pura de la palabra escrita o del lenguaje escrito, sino que se anticipa y se prolonga en la inteligencia del mundo. La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra, de ahí que la posterior lectura de ésta no pueda prescindir de la continuidad de la lectura de aquél. Lenguaje y realidad se vinculan dinámicamente. La comprensión del texto a ser alcanzada por su lectura crítica implica la percepción de relaciones entre el texto y el contexto. Al intentar escribir sobre la importancia del acto de leer, me sentí llevado –y hasta con gusto– a “releer” momentos de mi práctica, guardados en la memoria, desde las experiencias más remotas de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, en que la importancia del acto de leer se vino constituyendo en mí.

Al ir escribiendo este texto, iba yo “tomando distancia” de los diferentes momentos en que el acto de leer se fue dando en mi experiencia existencial. Primero, la “lectura” del mundo, del pequeño mundo en que me movía; después la lectura de la palabra que no siempre, a lo largo de mi escolarización, fue la lectura de la “palabra-mundo”.

La vuelta a la infancia distante, buscando la comprensión de mi acto de “leer” el mundo particular en que me movía –y hasta donde no me está traicionando la memoria- me es absolutamente significativa. En este esfuerzo al que me voy entregando, re-creo y re-vivo, en el texto que escribo, la experiencia en el momento en que aún no leía la palabra. Me veo entonces en la casa mediana en que nací en Recife, rodeada de árboles, algunos de ellos como si fueran gente, tal era la intimidad entre nosotros; a su sombra jugaba y en sus ramas más dóciles a mi altura me experimentaba en riesgos menores que me preparaban para riesgos y aventuras mayores. La vieja casa, sus cuartos, su corredor, su sótano, su terraza –el lugar de las flores de mi madre–, la amplia quinta donde se hallaba, todo eso fue mi primer mundo. En él gateé, balbuceé, me erguí, caminé, hablé. En verdad, aquel mundo especial se me daba como el mundo de mi actividad perceptiva, y por eso mismo como el mundo de mis primeras lecturas. Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto –en cuya percepción me probaba, y cuanto más lo hacía, más aumentaba la capacidad de percibir– encarnaban una serie de cosas, de objetos, de señales, cuya comprensión yo iba aprendiendo en mi trato con ellos, en mis relaciones mis hermanos mayores y con mis padres.

Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto se encarnaban en el canto de los pájaros: el del sanbaçu, el del olka-pro-caminho-quemvem, del bem-te-vi, el del sabiá; en la danza de las copas de los árboles sopladas por fuertes vientos que anunciaban tempestades, truenos, relámpagos; las aguas de la lluvia jugando a la geografía, inventando lagos, islas, ríos, arroyos. Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto se encarnaban también en el silbo del viento, en las nubes del cielo, en sus colores, en sus movimientos; en el color del follaje, en la forma de las hojas, en el aroma de las hojas –de las rosas, de los jazmines–, en la densidad de los árboles, en la cáscara de las frutas. En la tonalidad diferente de colores de una misma fruta en distintos momentos: el verde del mango-espada hinchado, el amarillo verduzco del mismo mango madurando, las pintas negras del mango ya más que maduro. La relación entre esos colores, el desarrollo del fruto, su resistencia a nuestra manipulación y su sabor. Fue en esa época, posiblemente, que yo, haciendo y viendo hacer, aprendí la significación del acto de palpar.

De aquel contexto formaban parte además los animales: los gatos de la familia, su manera mañosa de enroscarse en nuestras piernas, su maullido de súplica o de rabia; Joli, el viejo perro negro de mi padre, su mal humor cada vez que uno de los gatos incautamente se aproximaba demasiado al lugar donde estaba comiendo y que era suyo; “estado de espíritu”, el de Joli en tales momentos, completamente diferente del de cuando casi deportivamente perseguía, acorralaba y mataba a uno de los zorros responsables de la desaparición de las gordas gallinas de mi abuela. De aquel contexto –el del mi mundo inmediato– formaba parte, por otro lado, el universo del lenguaje de los mayores, expresando sus creencias, sus gustos, sus recelos, sus valores. Todo eso ligado a contextos más amplios que el del mi mundo inmediato y cuya existencia yo no podía ni siquiera sospechar.

En el esfuerzo por retomar la infancia distante, a que ya he hecho referencia, buscando la comprensión de mi acto de leer el mundo particular en que me movía, permítanme repetirlo, re-creo, re-vivo, la experiencia vivida en el momento en que todavía no leía la palabra. Y algo que me parece importante, en el contexto general de que vengo hablando, emerge ahora insinuando su presencia en el cuerpo general de estas reflexiones. Me refiero a mi miedo de las almas en pena cuya presencia entre nosotros era permanente objeto de las conversaciones de los mayores, en el tiempo de mi infancia. Las almas en pena necesitaban de la oscuridad o la semioscuridad para aparecer, con las formas más diversas: gimiendo el dolor de sus culpas, lanzando carcajadas burlonas, pidiendo oraciones o indicando el escondite de ollas. Con todo, posiblemente hasta mis siete años en el barrio de Recife en que nací iluminado por faroles que se perfilaban con cierta dignidad por las calles. Faroles elegantes que, al caer la noche, se “daban” a la vara mágica de quienes los encendían. Yo acostumbraba acompañar, desde el portón de mi casa, de lejos, la figura flaca del “farolero” de mi calle, que venía viniendo, andar cadencioso, vara iluminadora al hombro, de farol en farol, dando luz a la calle. Una luz precaria, más precaria que la que teníamos dentro de la casa. Una luz mucho más tomada por las sombras que iluminadora de ellas.

No había mejor clima para travesuras de las almas que aquél. Me acuerdo de las noches en que, envuelto en mi propio miedo, esperaba que el tiempo pasara, que la noche se fuera, que la madrugada semiclareada fuera llegando, trayendo con ella el canto de los pajarillos “amanecedores”.

Mis temores nocturnos terminaron por aguzarme, en las mañanas abiertas, la percepción de un sinnúmero de ruidos que se perdía en la claridad y en la algaraza de los días y resultaban misteriosamente subrayados en el silencio profundo de las noches.

Pero en la medida en que fui penetrando en la intimidad de mi mundo, en que lo percibía mejor y lo “entendía” en la lectura que de él iba haciendo, mis temores iban disminuyendo.

Pero, es importante decirlo, la “lectura” de mi mundo, que siempre fundamental para mí, no hizo de mí sino un niño anticipado en hombre, un racionalista de pantalón corto. La curiosidad del niño no se iba a distorsionar por el simple hecho de ser ejercida, en lo cual fui más ayudado que estorbado por mis padres. Y fue con ellos, precisamente, en cierto momento de esa rica experiencia de comprensión de mi mundo inmediato, sin que esa comprensión significara animadversión por lo que tenía encantadoramente misterioso, que comencé a ser introducido en la lectura de la palabra. El desciframiento de la palabra fluía naturalmente de la “lectura” del mundo particular. No era algo que se estuviera dando supuesto a él. Fui alfabetizado en el suelo de la quinta de mi casa, a la sombra de los mangos, con palabras de mi mundo y no del mundo mayor de mis padres. El suelo mi pizarrón y las ramitas fueron mis tizas.

Es por eso por lo que, al llegar a la escuelita particular de Eunice Vasconcelos, cuya desaparición reciente me hirió y me dolió, y a quien rindo ahora un homenaje sentido, ya estaba alfabetizado. Eunice continúo y profundizó el trabajo de mis padres. Con ella, la lectura de la palabra, de la frase, de la oración, jamás significó una ruptura con la “lectura” del mundo. Con ella, la lectura de la palabra fue la lectura de la “palabra-mundo”.

Hace poco tiempo, con profundo emoción, visité la casa donde nací. Pisé el mismo suelo en que me erguí, anduve, corrí, hablé y aprendí a leer. El mismo mundo, el primer mundo que se dio a mi comprensión por la “lectura” que de él fui haciendo. Allí reecontré algunos de los árboles de mi infancia. Los reconocí sin dificultad. Casi abracé los gruesos troncos –aquellos jóvenes troncos de mi infancia. Entonces, una nostalgia que suelo llamar mansa o bien educada, saliendo del suelo, de los árboles, de la casa, me envolvió cuidadosamente. Dejé la casa contento, con la alegría de quien reencuentra personas queridas.

Continuando en ese esfuerzo de “releer” momentos fundamentales de experiencias de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, en que la comprensión crítica de la importancia del acto de leer se fue constituyendo en mí a través de su práctica, retomo el tiempo en que, como alumno del llamado curso secundario, me ejercité en la percepción crítica de los textos que leía en clase, con la colaboración, que hasta hoy recuerdo, de mi entonces profesor de lengua portuguesa.

No eran, sin embargo, aquellos momentos puros ejercicios de los que resultase un simple darnos cuenta de la existencia de una página escrita delante de nosotros que debía ser cadenciada, mecánica y fastidiosamente “deletrada” en lugar de realmente leída. No eran aquellos momentos “lecciones de lectura” en el sentido tradicional esa expresión. Eran momentos en que los textos se ofrecían a nuestra búsqueda inquieta, incluyendo la del entonces joven profesor José Pessoa. Algún tiempo después, como profesor también de portugués, en mis veinte años, viví intensamente la importancia del acto de leer y de escribir, en el fondo imposibles de dicotomizar, con alumnos de los primeros años del entonces llamado curso secundario. La conjugación, la sintaxis de concordancia, el problema de la contradicción, la enciclisis pronominal, yo no reducía nada de eso a tabletas de conocimientos que los estudiantes debían engullir. Todo eso, por el contrario, se proponía a la curiosidad de los alumnos de manera dinámica y viva, en el cuerpo mismo de textos, ya de autores que estudiábamos, ya de ellos mismos, como objetos a desvelar y no como algo parado cuyo perfil yo describiese. Los alumnos no tenían que memorizar mecánicamente la descripción del objeto, sino aprender su significación profunda. Sólo aprendiéndola serían capaces de saber, por eso, de memorizarla, de fijarla. La memorización mecánica de la descripción del objeto no se constituye en conocimiento del objeto. Por eso es que la lectura de un texto, tomado como pura descripción de un objeto y hecha en el sentido de memorizarla, ni es real lectura ni resulta de ella, por lo tanto, el conocimiento de que habla el texto.

Creo que mucho de nuestra insistencia, en cuanto profesores y profesoras, en que los estudiantes “lean”, en un semestre, un sinnúmero de capítulos de libros, reside en la comprensión errónea que a veces tenemos del acto de leer. En mis andanzas por el mundo, no fueron pocas las veces en que los jóvenes estudiantes me hablaron de su lucha con extensas bibliografías que eran mucho más para ser “devoradas” que para ser leídas o estudiadas. Verdaderas “lecciones de lectura” en el sentido más tradicional de esta expresión, a que se hallaban sometidos en nombre de su formación científica y de las que debían rendir cuenta a través del famoso control de lectura. En algunas ocasiones llegué incluso a ver, en relaciones bibliográficas, indicaciones sobre las páginas de este o aquel capítulo de tal o cual libro que debían leer: “De la página 15 a la 37”.

La insistencia en la cantidad de lecturas sin el adentramiento debido en los textos a ser comprendidos, y no mecánicamente memorizados, revela una visión mágica de la palabra escrita. Visión que es urgente superar. La misma, aunque encarnada desde otro ángulo, que se encuentra, por ejemplo, en quien escribe, cuando identifica la posible calidad o falta de calidad de su trabajo con la cantidad páginas escritas. Sin embargo, uno de los documentos filosóficos más importantes que disponemos, las Tesis sobre Feuerbach de Marx, ocupan apenas dos páginas y media...

Parece importante, sin embargo, para evitar una comprensión errónea de lo que estoy afirmando, subrayar que mi crítica al hacer mágica la palabra no significa, de manera alguna, una posición poco responsable de mi parte con relación a la necesidad que tenemos educadores y educandos de leer, siempre y seriamente, de leer los clásicos en tal o cual campo del saber, de adentrarnos en los textos, de crear una disciplina intelectual, sin la cual es posible nuestra práctica en cuanto profesores o estudiantes.

Todavía dentro del momento bastante rico de mi experiencia como profesor de lengua portuguesa, recuerdo, tan vivamente como si fuese de ahora y no de un ayer ya remoto, las veces en que me demoraba en el análisis de un texto de Gilberto Freyre, de Lins do Rego, de Graciliano Ramos, de Jorge Amado. Textos que yo llevaba de mi casa y que iba leyendo con los estudiantes, subrayando aspectos de su sintaxis estrechamiento ligados, con el buen gusto de su lenguaje. A aquellos análisis añadía comentarios sobre las necesarias diferencias entre el portugués de Portugal y el portugués de Brasil.

Vengo tratando de dejar claro, en este trabajo en torno a la importancia del acto de leer –y no es demasiado repetirlo ahora–, que mi esfuerzo fundamental viene siendo el de explicar cómo, en mí, se ha venido destacando esa importancia. Es como si estuviera haciendo la “arqueología” de mi comprensión del complejo acto de leer, a lo largo de mi experiencia existencial. De ahí que haya hablado de momentos de mi infancia, de mi adolescencia, de los comienzos de mi juventud, y termine ahora reviendo, en rasgos generales, algunos de los aspectos centrales de la proposición que hice hace algunos años en el campo de la alfabetización de adultos.

Inicialmente me parece interesante reafirmar que siempre vi la alfabetización de adultos como un acto político y como un acto de conocimiento, y por eso mismo un acto creador. Para mí sería imposible de comprometerme en un trabajo de memorización mecánica de ba-be-bi-bo-bu, de la-le-li-lo-lu. De ahí que tampoco pudiera reducir la alfabetización a la pura enseñanza de la palabra, de las sílabas o de las letras. Enseñanza en cuyo proceso el alfabetizador iría “llenando” con sus palabras las cabezas supuestamente “vacías” de los alfabetizandos. Por el contrario, en cuanto acto de conocimiento y acto creador, el proceso de la alfabetización tiene, en el alfabetizando, su sujeto. El hecho de que éste necesite de la ayuda del educador, como ocurre en cualquier acción pedagógica, no significa que la ayuda del educador deba anular su creatividad y su responsabilidad en la creación de su lenguaje escrito y en la lectura de su lenguaje. En realidad, tanto el alfabetizador como el alfabetizando, al tomar, por ejemplo, un objeto, como lo hago ahora con el que tengo entre los dedos, sienten el objeto, perciben el objeto sentido y son capaces de expresar verbalmente el objeto sentido y percibido. Como yo, el analfabeto es capaz de sentir la pluma, de percibir la pluma, de decir la pluma. Yo, sin embargo, soy capaz de no sólo sentir la pluma, sino además de escribir pluma y, en consecuencia, leer pluma. La alfabetización es la creación o el montaje de la expresión escrita de la expresión oral. Ese montaje no lo puede hacer el educador para los educandos, o sobre ellos. Ahí tiene él un momento de su tarea creadora.

Me parece innecesario extenderme más, aquí y ahora, sobre lo que he desarrollado, en diferentes momentos, a propósito de la complejidad de este proceso. A un punto, sin embargo, aludido varias veces en este texto, me gustaría volver, por la significación que tiene para la comprensión crítica del acto de leer y, por consiguiente, para la propuesta de alfabetización a que me he consagrado. Me refiero a que la lectura del mundo precede siempre a la lectura de la palabra y la lectura de ésta implica la continuidad de la lectura de aquél. En la propuesta a que hacía referencia hace poco, este movimiento del mundo a la palabra y de la palabra al mundo está siempre presente. Movimiento en que la palabra dicha fluye del mundo mismo a través de la lectura que de él hacemos. De alguna manera, sin embargo, podemos ir más lejos y decir que la lectura de la palabra no es sólo precedida por la lectura del mundo sino por cierta forma de “escribirlo” o de “rescribirlo”, es decir de transformarlo a través de nuestra práctica consciente.

Este movimiento dinámico es uno de los aspectos centrales, para mí, del proceso de alfabetización. De ahí que siempre haya insistido en que las palabras con que organizar el programa de alfabetización debían provenir del universo vocabular de los grupos populares, expresando su verdadero lenguaje, sus anhelos, sus inquietudes, sus reivindicaciones, sus sueños. Debían venir cargadas de la significación de su experiencia existencial y no de la experiencia del educador. La investigación de lo que llamaba el universo vocabular nos daba así las palabras del Pueblo, grávidas de mundo. Nos llegaban a través de la lectura del mundo que hacían los grupos populares. Después volvían a ellos, insertas en lo que llamaba y llamo codificaciones, que son representaciones de la realidad.

La palabra ladrillo, por ejemplo, se insertaría en una representación pictórica, la de un grupo de albañiles, por ejemplo, construyendo una casa. Pero, antes de la devolución, en forma escrita, de la palabra oral de los grupos populares, a ellos, para el proceso de su aprehensión y no de su memorización mecánica, solíamos desafiar a los alfabetizandos con un conjunto de situaciones codificadas de cuya descodificación o “lectura” resultaba la percepción crítica de lo que es la cultura, por la comprensión de la práctica o del trabajo humano, transformador del mundo, En el fondo, ese conjunto de representaciones de situaciones concretas posibilitaba a los grupos populares una “lectura” de la “lectura” anterior del mundo, antes de la lectura de la palabra.

Esta “lectura” más crítica de la “lectura” anterior menos crítica del mundo permitía a los grupos populares, a veces en posición fatalista frente a las injusticias, una comprensión diferente de su indigencia.

Es en este sentido que la lectura crítica de la realidad, dándose en un proceso de alfabetización o no, y asociada sobre todo a ciertas prácticas claramente políticas de movilización y de organización, puede constituirse en un instrumento para lo que Gramsci llamaría acción contrahegemónica.

Concluyendo estas reflexiones en torno a la importancia del acto de leer, que implica siempre percepción crítica, interpretación y “reescritura” de lo leído, quisiera decir que, después de vacilar un poco, resolví adoptar el procedimiento que he utilizado en el tratamiento del tema, en consonancia con mi forma de ser y con lo que puedo hacer.

Finalmente, quiero felicitar a quienes idearon y organizaron este congreso. Nunca, posiblemente, hemos necesitado tanto de encuentros como éste, como ahora.




¿UNA LECTURA DE LA REALIDAD?...

     El 14 de febrero del año en curso, la Dra. Esther Charabati (filósofa y pedagoga) que hace, más que un bien a México, lo mejor por el pueblo mexicano: ¡educar en pensamiento crítico para la libertad!, publicó lo siguiente en su perfil de facebook:


"Venía adelante de mí, sentado en la parte trasera de un camión, acompañado por varias cajas que se caían cada vez que el semáforo nos permitía avanzar un metro. Este héroe de la lectura se levantaba y acomodaba las cajas, o desde su lugar las atoraba con el vaso de atole, y seguía su lectura. Si hubiera sido mío el libro que iba leyendo, me hubiera sentido más honrada que un premio nobel. Pero el premio, sin duda, lo merece él, por haber logrado hacer un lugar a la lectura en los pedazos de su vida que transcurren entre cajas de cartón. Confío en que no le moleste que haya tomado la foto. 
¿No habría que postularlo para el premio nacional de fomento a la lectura?".
(Esther Charabati).

     ¿No les parece poético?... Estas palabras de la doctora Charabati me parecen una lectura poética de la realidad, y en términos pedagógicos, me han hecho recordar el libro de Paulo Freire: "La importancia de leer y el proceso de liberación", así que subiré a este blog algunas ideas que espero generen reflexiones y propicien una praxis emancipatoria.

     Les dejo una frase: "Lee y conducirás, no leas y serás conducido". (Santa Teresa de Jesús).

lunes, 15 de febrero de 2016

CACHITOS DE REALIDAD: EL PSICOANÁLISIS Y LOS TIEMPOS MODERNOS.

     En su escrito "El psicoanálisis y los tiempos modernos", Helí Morales dirá lo siguiente:

     "Pero ¿qué es la intimidad? Es el espacio donde dos seres se relacionan sin romper, si disolver su diferencia. Sólo quien puede relacionarse con otro sin destruir sus diferencias, puede entablar intimidad. Lo otro, allí donde se disuelven las diferencias, es la fusión, y ésta no crea intimidad sino intimidación".

     Recomiendo la lectura de este escrito que pueden encontrar tanto en el libro de H. Morales: "Sujeto y estructura", así como en el libro coordinado por Néstor Braunstein: "Constancia de psicoanálisis". Ojalá su lectura les produzca bella intimidad y delicioso erotismo.


PENSAMIENTO POÉTICO: INTIMIDAD.

La intimidad es el encuentro de dos seres que desnudos se dan el uno al otro su ser desnudo, develándose y revelándose al hacer el amor dentro de un poema. (Andrea García).


ESCLAVO Y AMO. (Javier Solis).

La inmortalidad del amor nos hace sentir esclavos y amos del universo.


No sé que tienen tus ojos
no sé que tiene tu boca
que domina mis antojos
y a mi sangre vuelve loca.
No se como fui a quererte
ni como te fui adorando
ne siento morir mil veces
cuando no te estoy mirando.
De noche cuando me acuesto
a dios le pido olvidarte
y al amanecer despierto
tan solo para adorarte.
Que influencia tienen tus labios
que cuando me besan tiemblo
y hacen que me sienta esclavo
y amo del universo.

Aquí la canción en voz de Javier Solis.


Y porque algunos covers son inmortales. Aquí Pepe Aguilar:




domingo, 14 de febrero de 2016

LA INTERPASIVIDAD.

     Cuando el otro experimenta por nosotros nuestros más íntimos y espontáneos sentimientos y actitudes, caemos en el doble siniestro de la interactividad: la interpasividad.

     De acuerdo con Slavoj Zizek, la interpasividad es la situación en la que el propio objeto se apropia y me priva de mi propia pasividad, De manera que es el propio objeto el que disfruta en mi lugar, aliviándome de la obligación de gozarlo por mi cuenta.

     Para pensar la ética y la política, cabe ahora preguntar: ¿por qué el interpasivo toma al otro como objeto de su goce perverso? ¿por qué alguien se deja usar interpasivamente? ¿Cuál es su relación con el fetichismo? ¿Cómo vivir mi propia vida?

     Una reflexión aguda y mayormente extensa, viene en el escrito de Zizek titulado: "El sujeto interpasivo: Lacan se vuelve una máquina de rezar". Por obvias razones yo no buscaré el texto por ti, jajaja.

Y tú: ¿tienes el control de ti vida o eres interpasivo?...

MÁS ALLÁ DEL AMO Y EL ESCLAVO. (Eleazar Correa González).

Una de las soluciones a las relaciones amo-esclavo, está en pensar por uno mismo.

En lo personal pienso que más allá del amo y el esclavo, está aquel no le teme a la muerte, porque aquel que no le teme a la muerte no cae en esta dialéctica hipnótica en lucha a muerte. De verdad se emancipa porque su sexualidad está habitada de muerte y no le teme a morir, mucho menos a ser inmortal en el acto amoroso.

Les dejo el enlace al ensayo de Eleazar Correa González: "Más allá del amo y el esclavo", y dejo al lector que saque sus propias conclusiones y se pregunte: ¿soy amo o soy esclavo? O lo contrario: ¿soy libre?... ¡libre para amar!

http://es.scribd.com/doc/14690243/Mas-alla-del-amo-y-del-esclavo-Eleazar-Correa-Gonzalez#scribd

La libertad encadenada, no es libertad.

LA ESCLAVITUD VOLUNTARIA. (Ricardo Flores Magon).

     Juan y Pedro llegaron a la edad en que es preciso trabajar para poder vivir. Hijos de trabajadores, no tuvieron oportunidad de adquirir una regular cultura que los emancipase de la cadena del salario. Pero Juan era animoso. Había leído en los periódicos cómo hombres que habían nacido en cuna humilde habían llegado, por medio del trabajo y del ahorro, a ser los reyes de las finanzas, y a dominar, con la fuerza del dinero, no sólo los mercados, sino las naciones mismas. Había leído mil anécdotas de los Vanderbilt, de los Rockefeller, de los Rosthchild, de los Carnegie, de todos aquellos que, según la Prensa y hasta según los libros de lectura de las escuelas con que se embrutece a la niñez contemporánea, están al frente de las finanzas mundiales, no por otra cosa sino-¡vil mentira!-por su dedicación al trabajo y su devoción por el ahorro.

     Juan se entregó al trabajo con verdadero ardor. Trabajó un año, y se encotró tan pobre como el primer día. A la vuelta de otro año se encontró en las mismas circunstancias. Y siguió trabajando más, sin desmayar, sin desesperar. Pasaron cinco años y se encontró con que, a fuerza de sacrificios, había logrado reunir algunas monedas, no muchas. Para ahorrarlas necesitó disminuir los gastos de su alimentación, con lo que debilitó sus fuerzas; vistió andrajos, con lo que el calor y el frío lo atormentaron, debilitando igualmente su organismo; habitó miserables casuchas, cuya insalubridad aportó a su organismo su contingente debilitante. Pero Juan siguió ahorrando, ahorrando dinero a expensas de su salud. Por cada centavo que lograba guardar, perdía una parte de su fuerza. Para no pagar renta a propietario alguno compró un lote y fabricó una casita. Después se casó con una muchacha. El Registro civil y el cura le arrancaron una buena parte de sus ahorros, obtenidos a costa de tantos sacrificios. Pasaron algunos años más: el trabajo noera constante, las deudas comenzaron a afligir al pobre Juan. Un día se enfermó uno de sus hijitos; el médico no quiso asistir al enfermito porque no se le ofrecía dinero; en el dispensario público atendieron tan mal a la criatura que ésta murió. Juan, sin embargo, no se daba por vencido. Recordaba sus lecturas sobre las famosas virtudes del ahorro y otras patrañas por el estilo. Tenía que ser rico porque trabajaba y ahorraba. ¿No habían hecho lo mismo Rockefeller, Carnegie y muchos más, ante cuyos millones suelta la baba la humanidad inconsciente? Entretanto los artículos de primera necesidad iban subiendo en precio de manera poco tranquilizadora. La ración alimenticia se disminuía hasta su extremo limite en el hogar del inocente Juan, y, a pesar de todo, las deudas aumentaban y ya no podía ahorrar un solo cobre. Para colmo de desdichas, el dueño de la mañana despedidos del trabajo, ocupando sus lugares nuevos esclavos que, como los anteriores, soñaban con riquezas amasadas a fuerza de trabajo y de ahorro. Juan tuvo que empeñar su casa, esperando todavía poner a flote la barca de sus ilusiones, que se hundía, se hundía sin remedio. No pudo pagar la deuda, y tuvo que dejar en las manos de los prestamistas el producto de su sacrificio, el pequeño bien amasado con su sangre. Obstinado, Juan quiso todavía trabajar y ahorrar, pero en vano. Las privaciones a que se sujetó por el ansia de ahorrar, el trabajo pesado que había ejecutado en los mejores annos de su vida le habían destruído el vigor. En todas partes donde solicitaba trabajo se le decía que no había ocupación para él. Era una máquina de producir dinero para los amos; pero demasiado gastada ya. Las máquinas viejas son vistas con desprecio. Y, entretanto, la familia de Juan padecía hambre. En la negra casucha no había fuego, no había abrigos para combatir el frío, las criaturas pedían pan con verdadera furia. Juan salía todas las mañanas en busca de trabajo; pero ¿quién había de alquilar sus brazos viejos? Y después de recorrer la ciudad y los campos, llegaba al hogar, donde lo esperaban, contristados y hambrientos, los suyos, su mujer, sus hijos, los seres queridos, para quienes soño las riquezas de Rockefeller, la fortuna de Carnegie.

     Una tarde Juan se detuvo a contemplar el paso de ricos automóviles ocupados por personas regordetas, en cuyos rostros podía adivinarse la satisfacción de llevar una vida sin preocupaciones. Las mujeres charlaban alegremente, y los hombres, almibarados e insignificantes, las atendían con frases melifluas que habrían hecho bostezar de fastidio a otras mujeres que no hubieran sido aquellas burguesas.

     Hacía frío; Juan tembló pensando en los suyos, que le esperaban en la negra casucha, verdadera mansión del infortunio. Cómo habrían de tiritar de frío en aquel instante; cómo debían sufrir las torturas indescriptibles del hambre; qué amargas deberían ser las lágrimas que derramasen en aquellos momentos. El desfile elegantísimo continuaba. Era la hora de exhibición de los ricos, de los que, según el pobre Juan, habían sabido "trabajar y ahorrar" como los Rothschild, como los Carnegie, como los Rockefeller. En un lujoso carruaje venía un gran señor. Su porte era magnífico. Tenía canas, pero su rostro estaba joven. Juan se llevó la mano a los ojos para limpiarlos, temiendo ser víctima de una ilusión. No, no le engañaban sus viejos y opacos ojos: aquel gran señor era Pedro, su camarada de la infancia. "Cuánto ha de haber trabajado y ahorrado," pensó Juan, "para que haya podido salir de la miseria y llegar a tanta altura y ganar tanta distinción."

     ¡Ah, pobre Juan!: no había podido olvidar los imbéciles relatos de los grandes vampiros de la humanidad; no había podido olvidar lo que leyó en los libros de las escuelas, en que tan concienzudamente se embrutece al pueblo.

     Pedro no había trabajado. Hombre sin escrúpulos, y dotado de gran malicia, había podido apercibirse de que lo que se llama honradez no es fuente de riquezas, y se echó a engañar a sus semejantes. Apenas reunido algún fondito, instaló un taller y alquiló manos baratas; de ese modo fué subiendo, subiendo. Ensanchó sus negocios y alquiló más manos, y más y más, y se convirtió en millonario y en gran señor, gracias a los innumerables "Juanes," que toman a pies juntillas los consejos de la burguesía.

     Juan continuó presenciando el brillante desfile de haraganes y haraganas. En la esquina próxima un hombre dirigía la palabra al público. Escaso auditorio tenía, en verdad, quel orador. ¿Quién era? ¿Qué predicaba? Juan fué a escuchar.

     -Compañeros, decía el hombre, ha llegado el momento de reflexionar. Los capitalistas son unos ladrones. Sólo por medio de malas artes se puede llegar a milloniario. Los pobres nos deslomamos trabajando, y cuando ya no podemos trabajar, nos despiden los burgueses como dejan sin ampara al caballo envejecido en el servicio. ¡Tomemos las armas para conquistar nuestro bienestar y el de nuestras familias!

     Juan lanzó una mirada despreciativa al orador, escupió al suelo con coraje y se marchó a la casucha negra, donde lo esperaban afligidos, con hambre y con frío, los seres queridos. No podía morir en él la idea de que el ahorro y la laboriosidad hacen la riqueza del hombre virtuoso. Ni ante el infortunio inmerecido de los suyos pudo reaccionar el alma de aquel miserable, educado para esclavo.

     (De "Regeneración," del número 21, fechado el 21 de enero de 1911.)