Aquí mi
comentario psicoanalítico como aprendiz de psicoanalista, de la película argentina de 2010: "El abrazo de los espejos".
La película
comienza con la siguiente frase: “cada persona que nos rodea refleja una parte
de nosotros mismos”.
Reflejar:
1. Rechazar
o hacer cambiar de dirección la luz, el calor, el sonido u otra radiación oponiéndoles
una superficie lisa.
2. Devolver
[una superficie lisa y brillante] la imagen de un objeto.
¿Cómo reflejar tu ser y no el de los demás?... La respuesta implica tener muy presente que el sujeto tiene un correlato con el Otro.
Una madre le
plática a su hija lo que una enfermera le comentó cunado ella (la hija) nació.
La madre expresó que se acordaba de dichas palabras como si fuese ayer, a ambas
les resulta aberrante, pero la madre encuentra cierta identificación a esas
palabras, no le resultaron del todo extrañas: se imaginaba para sí una especie
de juventud eterna, y de pronto se le cae el mundo cuando se entera que está
embarazada, ella sería madre soltera. ¿Le reflejaron estas palabras algo a la
hija?...
La hija compra
flores para su madre y antes de abordar el tren que la lleve hacia ella, se
detiene en el andén y comienza a recordar (¿cómo si fuese ayer?), una de sus
peleas con la madre. La madre busca la paz y el amor, pero la hija le responde
con reproches, más allá de lo que cree reprocharle, ¿qué le reprocha
realmente?... Inferimos que el no darle el falo. La madre no se deja
cuestionar, no se disputan un falo, sino que la madre no puede decirle: ¡no!,
¡no lo tengo! Y entonces pelean por cualquier cosa, cuando lo que la hija busca
no es cualquier cosa.
La hija se
acuesta con un perverso, quien abre con los dientes un condón y por ello
suponemos que lo rompe, y la hija queda embarazada de un “hombre” que no se
hará responsable del bebe.
La hija, en el
hotel conoce a una mujer sabia, muy distinta al resto de sus “amigas” (quienes
representan los imperativos superyoicos que llevan a la hija a acostarse con
Juan (el perverso). Quien antes de que entraran al hotel les pidió fuego (a la
hija y al perverso), ella le dijo que no tenía fuego, fue él quien le encendió
el cigarrillo a la mujer del mostrador que leía un buen libro y quien más
adelante demostraría su sabiduría. En efecto, la hija no tenía fuego, no
despertó en ella erotismo alguno aquel “hombre” de estructura perversa, él no
sabía del placer de ella porque ella buscaba otra cosa. Él pareció disfrutar la
noche, pero, ¿es fuego la excitación de un perverso?..., ¿eso es el erotismo?...
Cuando la hija se
entera de que está embarazada, el mundo se le cae, como a su madre, la hija no
era otra cosa que el reflejo de su madre, otra de las cuestiones por las cuales
discutían: la tensión narcisista en el espejo.
Hay escenas en
donde la hija menciona que eso que está viviendo ya lo había vivido. Estas
escenas representan la compulsión a la repetición reflejada de la madre a la
hija. Quien lo vivió primero fue la madre, la hija lo volvió a vivir, como
reflejo.
La hija es movida
por los hilos de las voces de todos los personajes que le reflejan algo de lo
que ella viene siendo. La pregunta es: ¿cómo escuchar la voz de la verdad del
ser?...
Más para
escribir, para dar a luz un texto, se necesita luz. Y su amiga de verdad (la mujer
sabía del mostrador del hotel), le reconoce la luz de su casa, a la cual la
hija llama: su lugar en el mundo. Y su amiga le responde que hay gente que se
pasa la vida buscando su lugar en el mundo. Y le da un bonito obsequio: un
libro.
Hay una escena
donde la amiga verdadera dialoga lo difícil que debe ser para ella la
situación. Dodo (la hija) construye su relato, mismo que Zizy (la amiga)
interrumpe, y comienza a observar el entorno: las fotografías: las “amigas”, “la
madre”, etc. Colocó los retratos en el escritorio y puso a cada uno enfrente de
la Dodo y la exhorta a expresar qué les diría si los tuviese enfrente. A lo que
Dodo responde que le cagaron la vida, que gracias a ellos ya no tengo vida.
Pero hay un momento crucial en el cual la amiga le pregunta qué parte de
responsabilidad tiene Dodo en todo ello, le pregunta que si acaso no tomó sus
propias decisiones. La hija responde que toda la vida hizo lo que ellos le
dijeron que hiciera, por ello se cuestiona a sí misma sus responsabilidades. Y
menciona algo crucial: “¡nunca les pude decir que no!”, ¿será que para eso
quería el falo?... ¿para decir que no?... Decirle que no a la madre, decirle
que no al perverso, decirle que no a las falsas amigas, decirle que no a…
La amiga la
exhorta con fuerza a decirles algo ahora que los tiene ahí enfrente: y ella
enfurece (furia histérica), golpeando los cuadros de las fotografías contra la
mesa y diciendo que no quiere ser una fracasa y resentida, tener una vida de
mierda, que no quiere vivir en un mundo superficial y vacío, mediocre, y
generar una familia, que son todos unos idiotas y que quiere que desaparezcan
de su vida. Y llora con rabia, impidiendo que la toquen más, salvo con amor. A
nuestro juicio es crucial el instante en que la amiga la exhorta a hablar, diciéndole
que este es su momento, ese acto de darle tiempo al ser propio fue fundamental.
Ya tranquila, le
dice que desde hace tiempo se mira en el espejo buscando un brillo, pero no hay
nada. Cuando está con ellos no soporta que le digan qué hacer, y manifiesta que
siempre le pasa lo mismo. Y después se queda sola. Que siempre está perdida y
nunca se encuentra.
Su amiga le
pregunta que dónde hay un espejo, y la acompaña a buscarse en un espejo. La
pone de frente a él y le dice: “acá en frente está tu reflejo”, después le
venda los ojos y le pregunta que si puede ver, Dodo responde que no, y la amiga
le dice que esa es la idea, y comienza a expresarle palabras muy bellas: “no
perdiste el brillo en tus ojos, lo que perdiste es la capacidad para verlo. ¿Y
sabes por qué? Porque cuando te miras a los ojos, ve el reflejo de la mujer que
deja pasar muchas cosas lindas que tiene ante sus ojos, pero sobre todo muchas
cosas que tiene en su interior, por eso no te permites abrirte, pensarte o
sentirte. Y creo que nunca te diste el lugar que te mereces. Yo estoy segura
que este momento de mierda te va a hacer más fuerte, pero también estaría bueno
que empieces a confiar más en vos, y a tomar tus propias decisiones, tus
propias elecciones, ¿qué cosas elegís Dodo?”, le dijo y desapareció, mientras
resonaba un “¿qué cosas elegís?”. Esta escena nos muestra un cambio de
perspectiva como efecto de un cambio en la posición subjetiva, al interpretar
de otra forma su imagen: ahora propia, ya no el reflejo de la madre y de los
demás. Con esta interpretación de la castración, cae el objeto a, y Dodo ve con
otros ojos a su madre y así misma, y encuentra a sus verdaderos amores. Dodo
encuentra su verdadera potencia: no se trata de tener el falo para decir no, se
trata más bien de decir no a ser rebajada al goce fálico, y para ello es
preciso encontrar la potencia de su vagina, mirar el brillo del agujero en lo
real. Lo cual nos hace mirarnos a nosotras mismas y los demás de forma
distinta. Aprendes por fin a decir con coraje y osadía: no, o sí. O ninguno. O ambos de forma simultanea. Pero decir y reflejar tu ser y el de los demás de forma distinta, no sin castración.
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