Nos dice Mario
Benedetti:
“Me cuesta como nunca
nombrar los árboles y
las ventanas
y también el futuro y
el dolor
el campanario está
invisible y mudo
pero si se expresara
sus tañidos
serían de un fantasma
melancólico”[1].
La niebla a la que
alude Benedetti, no es ese vapor ligero que todos conocemos. Es un imaginario
poético que denuncia un imaginario perverso: un velo sobre lo Real (en sentido
estrictamente lacanino). En química: la humedad del aire se debe al vapor de
agua presente en la atmósfera[2]. Pero la niebla es agua
condensada en el suelo, no en el cielo. Nos dice Cris Fink: “La niebla y la
neblina suelen formarse de noche, cuando el aire es demasiado frío para
sostener toda su humedad. El aire frío provoca la condensación y el agua forma
pequeñas gotas en el aire”[3]. “El vapor de agua tiene
una menor densidad que la del aire, todos percibimos la neblina, pero cado uno
la siente diferente, dependiendo de su constitución subjetiva. Y en este caso, contrariamente
a lo que podría pensar el sentido común: la niebla fetichista no es ligera, es
un vapor denso, lo cual no existe en lo Real, sino en el imaginario, que no
poético, más nosotros en tiempos de penuria le ponemos nombre a lo innombrable
poetizando el ser oculto tras esa niebla. ¿Cómo mirar a través de ella?...
Sobre todo cuando las cosas cambian en esa niebla…
“la esquina pierde su
ángulo filoso
nadie diría que la
crueldad existe
la sangre mártir es
apenas
una pálida mancha de
rencor
cómo cambian las
cosas
en la niebla
los voraces no son
más que pobres
inseguros de sí mismo
los sádicos son
colmos de ironía
los soberbios son
proas
de algún coraje ajeno
los humildes en
cambio no se ven:”
¿Por qué no se ven?... ¿Por qué la ceguera
ante la neblina que distorsiona la vista e impide mirar a través de ella la
verdad del ser?... Porque nosotros, de una u otra manera, o somos víctimas o
somos cómplices y victimarios del velo fetichista: del vapor denso de la
niebla, del peso de los años de opresión y represión fascista reaccionaria del
perverso. ¿Cómo aligerar el aire con la mirada para alzar el vuelo?...
“¡Qué extraño es
vagar en la niebla! Ningún hombre conoce al otro”, nos dice Herman Hesse. Conocernos
nos permite encontrar el punto exacto en el que explotamos al amar, diríamos nosotros
parafraseando una canción de Ricardo Arjona. A lo cual habría que agregar que
conocernos no es un conocimiento imaginario, sino un saber Real, que no es sin
castración. ¿Por qué ante el velo de la pesada niebla el neurótico niega, el
psicótico forcluye, y el perverso reniega?..., y cabe decir que es este último el
que coloca el velo a sí mismo y a los demás.
Dejamos por aquí
la interrogación y el desafío al pensamiento crítico, para darnos a la tarea de
pensar lo que aquí planteamos en la parte uno de la presente reflexión sobre la
mirada erótica y la niebla.
(Continuará).
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